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Larra, un día como hoy

larra caraLa escena se divide en dos partes, una principal, que ocupa la mayor parte del escenario, y otra reducida, que ocupa el espacio del ángulo derecho anterior.

La zona principal, un poco elevada, reproduce un despacho o gabinete de estudio decorado con buen gusto. En el primer término, un poco a la derecha, un velador sobre el que se halla dispuesto un servicio de café y un libro abierto; junto al velador, dos sillas forradas de rojo. En la pared del fondo, una chimenea en cuya repisa descansan varios objetos; sobre la chimenea cuelga un espejo lujosamente enmarcado. A la derecha, doble puerta de cristal esmerilado (se ha visto pasar la sombra de Pedro). A la izquierda, bufete-escritorio; sobre la parte superior de este mueble, un estuche de madera amarilla y un quinqué; sobre el escritorio, un montón de hojas escritas, dos libros cerrados y utensilios de escribir, y ante él, un sillón forrado de verde.

Desde detrás de la puerta de cristales biselados, por la derecha, tres escalones descienden a la zona que ocupa el ángulo derecho anterior del escenario: Es el zaguán del edificio; sin decoración; en su extremo derecho anterior está el portal que da a la calle.

Pedro desciende los escalones, cruza el zaguán, abre el portal; entran dos mujeres, cubiertas con amplios mantones; suben las escaleras, precedidas de Pedro que porta en la mano izquierda un candil. En el despacho, Larra se ha levantado del sillón, da unos pasos del escritorio a la puerta y de la puerta al escritorio, se vuelve a sentar. Pedro abre la puerta del despacho y anuncia la visita mientras se hace a un lado.

PEDRO: Las señoras están aquí.

LARRA: (se levanta y se queda de pie en medio de la escena) Pasa, Dolores. (entra Dolores seguida de su acompañante, a quien Larra corta el paso). No, usted, no. Haga el favor de esperar ahí.

M.MANUELA: Señor, he venido a acompañarla.

LARRA: Muy bien, señora, pues ya la ha acompañado, ya ha cumplido usted, ahora haga el favor de esperar ahí fuera, en la salita.

DOLORES: Mariano, por favor, qué más da.

LARRA: Sí que da.

M.MANUELA: ¿Qué hago, Dolores?

DOLORES: Espera ahí fuera, no te preocupes.

M.MANUELA: Como quieras. Dejo la puerta un poco abierta.

Sale, dejando la puerta entornada. Larra se acerca, la cierra de un golpe y pasa el pestillo.

LARRA: Mal principio. Siéntate, Dolores.

DOLORES: No voy a estar mucho rato.

LARRA: (violento) ¡Siéntate, he dicho! (Dolores, por un momento asustada, se sienta en una de las sillas que hay junto al velador, en la otra se sienta Larra, que ahora habla en tono humilde y tierno) Perdona, amor mío, estoy nervioso, muy nervioso, y debería estar feliz, es como un milagro, que hayas venido aquí, a mi casa, no puedo creerlo, y después de lo de anoche, es increíble, increíble.

DOLORES: Anoche… precisamente quería que me disculpases por lo de anoche… aunque has de reconocer que no estuviste nada oportuno.

LARRA: ¿Disculparte? ¿Oportuno? ¿De qué estamos hablando, amor mío? Has venido, has venido y yo te quiero, ¿qué importa lo demás? ¿Me quieres tú?

DOLORES: He venido porque pienso que hay que acabar de una vez con esta situación.

LARRA: Eso mismo pienso yo.

DOLORES: Hay que dejar las cosas claras.

LARRA: Eso creo yo. Pero no me has contestado. ¿Me quieres, Dolores?

DOLORES: Mariano, escúchame bien, escúchame bien lo que voy a decirte: no nos veremos más, nunca más, ¿lo entiendes? nunca más.

LARRA: Espera, espera, habla despacio, más despacio, repite lo que acabas de decir.

DOLORES: He dicho que no nos veremos nunca más…

LARRA: No, creo que no oigo bien, o que no entiendo, porque si fuese verdad lo que por un momento me ha parecido oír…

DOLORES: Mariano, por favor, ¿no puedes aceptar la realidad?

LARRA: ¿La realidad?

DOLORES: La realidad de que lo nuestro se acabó.

LARRA: ¿Se acabó? ¿Qué es eso nuestro que se acabó? Habla más claro, amor.

DOLORES: Por favor, no lo pongas más difícil todavía. Ha sido todo tan duro desde el principio…los dos, casados; los disimulos, las mentiras, las murmuraciones, los sobresaltos, el escándalo…

LARRA: Te recuerdo, mi amor, que hace pocos meses no había sobresaltos, ni apenas mentiras, y nadie se preocupaba del escándalo. Sólo pensábamos en amarnos.

DOLORES: Hablas por ti, sólo por ti, porque no tienes idea de lo que yo he pasado. Mariano, yo no puedo seguir viviendo así.

LARRA: Así, ¿cómo?

DOLORES: Fingiendo, engañando, no pudiendo ser quien de verdad soy, siendo la comidilla de todos, y sin dignidad, sin ninguna dignidad, hasta el nombre me han quitado. Tú tienes un nombre. Yo no, yo sólo soy «la querida de Larra».

LARRA: Reconozco que es horrible, y además de pésimo gusto. ¿A quién se le ocurre ser «la querida de Larra» pudiendo ser «la señora de Cambronero»?

DOLORES: Esa amargura no te hace ningún bien. Tendrías que aceptar las cosas como son. Nos guste o no, soy la señora de Cambronero.

LARRA: Un título muy honorable, no lo niego. Pero yo no hablaba de títulos ni de honorabilidades; hablaba de sentimientos, y te preguntaba ¿me quieres? ¿me quieres todavía? No me has contestado.

DOLORES: Ya he dicho lo que tenía que decir. No me atormentes ni te atormentes más. Lo nuestro ha terminado, ¿lo entiendes? terminado.

LARRA: No, no lo entiendo. ¿Puede el sol terminar? ¿Puede el cielo terminar? ¿Puede la savia que alimenta a los árboles terminar? ¿Puede la naturaleza entera, la vida entera terminar? No, no lo entiendo.

DOLORES: Pues lo siento, lo siento mucho. Mira, si he venido aquí ha sido porque anoche me dejaste muy preocupada. Me pareció que era mi deber tratar de que comprendieras la situación y de que la aceptaras. Por eso estoy aquí. Pero veo que ha sido inútil. Mariano, tú no estás bien.

LARRA: De ti depende, Dolores, sólo de ti depende que esté bien o que esté muy mal.

DOLORES: ¡No, no, de ninguna manera! No puedes cargar sobre mí ese peso. Yo no soy responsable de lo que pueda pasar por tu cabeza.

LARRA: ¿No? ¿No eres responsable? Todos somos responsables de nuestros actos, amor, y de nuestras palabras. ¿Cuántas veces has dicho que me amas? ¿En cuántas ocasiones me has jurado amor eterno? Y yo me lo creía, ¿sabes? soy tan ingenuo que me lo creía, y no veo por qué ahora he de dejar de creerlo. ¿Mentías entonces? ¿O mientes ahora? Me gustaría saberlo, amor, cuándo dices la verdad, cuándo dices la mentira.

DOLORES: Ni mentía entonces, ni miento ahora. Y si no entiendes esto, es inútil que me esfuerce. Quería despedirme de ti intentando borrar todo lo que hay en tu corazón de amargura, de odio, de rencor hacia mí. Pero no ha sido posible. Lo siento.

LARRA: ¿Te vas? ¿Me dejas…para siempre? ¿para siempre?

DOLORES: No debía haber venido.

LARRA: Oyeme una cosa. Si de ti dependiera que moviendo un dedo, un solo dedo de tu mano me salvase yo del abismo, ¿lo harías? ¿lo moverías?…No, no lo harías, de hecho, es ésta la situación…Sólo te pido una cosa, Dolores, que no te vayas a Filipinas, nada más, no te pediré nada más, te lo juro.

DOLORES: ¿Quién te ha dicho que me voy a Filipinas?

LARRA: Tus ojos me lo dicen, que huyen de los míos; tu voz, áspera y decidida, como de quien cumple un deber o transmite una orden; tu pose, afectada y distante, como de señora esposa del señor Secretario…

DOLORES: Sí, ¿y qué? Es mi vida, puedo disponer de ella como me plazca. Tengo ganas de vivir tranquila, no sé si lo puedes entender, sin miedos, sin sobresaltos, sin tapujos…ya he pasado bastante…

LARRA: Bien, ya lo entiendo, tú eres capaz de marchar y dejarme; eres capaz de renegar de tu amor y de vender tu cuerpo por un poco de tranquilidad y unas cuantas joyas exóticas…(alza la voz) ¡como las rameras, igual que las rameras!

DOLORES: (se levanta, indignada) No voy a permitir que me insultes.

LARRA: (también se levanta, cada vez habla más exaltado) Tú eres capaz de dejarme, pero ¿y yo? ¿Sabes de lo que yo soy capaz?

DOLORES: No, no lo sé. Pero sea lo que sea, no vale la pena.

LARRA (con violencia y alzando aún más la voz) ¿Sabes de lo que yo soy capaz?

Tras el cristal traslúcido de la puerta se ha visto durante toda la escena la sombra de Maria Manuela, que ahora golpea la puerta con los nudillos

VOZ DE M.MANUELA: ¿Qué pasa, Dolores? ¿Me necesitas? ¿Pido ayuda?

DOLORES: ¿De matarme? ¿De matarme, quieres decir? No me asustas, Mariano.

LARRA: De matarte, sí de matarte. Pero no te preocupes, no lo haré. No cometeré ese error. Ante el mundo tú serías la víctima, y sabes muy bien que no es el papel que te corresponde en esta historia. No te preocupes, si he de matar a alguien, no será a ti, puedes estar tranquila.

DOLORES: Me alegra saberlo.

LARRA: No me olvidarás fácilmente, Dolores. Siempre te acordarás de mí, te lo juro.

DOLORES: Supongo que no tendrás ningún inconveniente en devolverme las cartas.

LARRA: ¿Las cartas?

DOLORES: Sí, las cartas, todas las cartas que te he escrito, incluidos los billetes, todo.

LARRA: ¿Hasta eso me arrebatas? Sin tus cartas, sin tus palabras de amor escritas por tu propia mano, ¿cómo podré saber que todo esto no ha sido un sueño? ¿Cómo podré convencerme de que no estoy loco?

DOLORES: No es asunto mío. Dámelas.

LARRA: ¿Y si no te las doy?

DOLORES: No me iré de aquí hasta que no me las devuelvas.

LARRA: Perfecto, quédate conmigo, para siempre.

DOLORES: Estás loco, Mariano, estás completamente loco. No he venido aquí para irme sin mis cartas.

LARRA: ¿Qué has dicho, Dolores? ¿Qué es eso que acabas de decir? «No he venido aquí para irme sin mis cartas» ¡Qué estúpido! Ahora lo entiendo, ahora lo comprendo todo. Tú no has venido aquí porque me quieras, no, eso ya lo he entendido, y también he entendido que nunca me has amado. Pero tampoco has venido porque estuvieras preocupada por mí. No, ni siquiera por compasión, ni siquiera por ese pobre sentimiento que no negamos a los animales. ¡Has venido por tus cartas! ¡Pérfida, traidora! Ojalá ya estuviese muerto, ojalá me hubiese ahorrado esta cruel estocada final.

Larra va hacia el mueble-escritorio, abre un cajón y saca un paquetito de cartas atadas con una cinta. Las echa con rabia sobre el escritorio, en medio de las hojas escritas.

LARRA: Tómalas.

Dolores se acerca al escritorio, coge el paquete y mira las hojas escritas.

DOLORES: ¿Y esto?

LARRA: Son cartas a un amigo.

DOLORES: Dámelas.

LARRA: Tómalas

Dolores recoge las hojas escritas, las guarda con sus cartas y, sin mirar a Larra, va hacia la puerta, descorre el pestillo y sale.

LARRA (con voz estentórea) ¡Pedro, acompaña a las señoras!

Tras la cristalera se ve las siluetas de las mujeres, que esperan, y la de Pedro que aparece en seguida y enciende el candil. Los tres descienden las escaleras, Pedro el primero, con el candil…

En el despacho, Larra está de pie junto al mueble escritorio, con la cabeza apoyada en la pared. De pronto, da una patada contra el mueble, y otra y otra; luego se golpea la cabeza contra la pared, con fuerza, varias veces; coge el estuche amarillo de encima del mueble, lo abre, saca una pistola, apoya el cañón en la mejilla derecha y dispara…

En el momento en que Pedro abre el portal, se oye un fuerte ruido, confuso, por ir acompañado del que produce la caída como de vidrios…

M.MANUELA : ¡Jesús, qué ha sido eso!

PEDRO: EL señor, seguro, que a veces tiene un humor de perros, pero ustedes no se preocupen. Las acompaño hasta Santiago.

DOLORES: No, vuélvase usted, Pedro, puede necesitarle…

Las mujeres se van. Pedro sube las escaleras, entra en la casa y pasa ante la puerta del despacho sin mirar. Larra está tendido en el suelo; el velador, caído sobre su cuerpo, el servicio de café por el suelo; hay una ventana con el cristal roto. Adelita empuja la puerta, que ha quedado ajustada, entra y mira.

ADELITA: ¡Papá! ¡Papá!… ¡Papá está debajo de la mesa! ¡Papá está debajo de la mesa!

Adelita sale corriendo, mientras cae rápidamente el

                                                                                 TELÓN

(De El corzo herido de muerte)

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Larra, un día como hoy hace 178 años

PEDRO: Las señoras están aquí.

LARRA: (se levanta y se queda de pie en medio de la escena) Pasa, Dolores. (entra Dolores seguida de su acompañante, a quien Larra corta el paso). No, usted, no. Haga el favor de esperar ahí.

M.MANUELA: Señor, he venido a acompañarla.

LARRA: Muy bien, señora, pues ya la ha acompañado, ya ha cumplido usted, ahora haga el favor de esperar ahí fuera, en la salita.

DOLORES: Mariano, por favor, qué más da.

LARRA: Sí que da.

M.MANUELA: ¿Qué hago, Dolores?

DOLORES: Espera ahí fuera, no te preocupes.

M.MANUELA: Como quieras. Dejo la puerta un poco abierta.

Sale, dejando la puerta entornada. Larra se acerca, la cierra de un golpe y pasa el pestillo.

LARRA: Mal principio. Siéntate, Dolores.

DOLORES: No voy a estar mucho rato.

LARRA: (violento) ¡Siéntate, he dicho! (Dolores, por un momento asustada, se sienta en una de las sillas que hay junto al velador, en la otra se sienta Larra, que ahora habla en tono humilde y tierno) Perdona, amor mío, estoy nervioso, muy nervioso, y debería estar feliz, es como un milagro, que hayas venido aquí, a mi casa, no puedo creerlo, y después de lo de anoche, es increíble, increíble.

DOLORES: Anoche…precisamente quería que me disculpases por lo de anoche…aunque has de reconocer que no estuviste nada oportuno.

LARRA: ¿Disculparte? ¿oportuno? ¿De qué estamos hablando, amor mío? Has venido, has venido y yo te quiero, ¿qué importa lo demás? ¿Me quieres tú?

DOLORES: He venido porque pienso que hay que acabar de una vez con esta situación.

LARRA: Eso mismo pienso yo.

DOLORES: Hay que dejar las cosas claras.

LARRA: Eso creo yo. Pero no me has contestado. ¿Me quieres, Dolores?

DOLORES: Mariano, escúchame bien, escúchame bien lo que voy a decirte: no nos veremos más, nunca más, ¿lo entiendes? nunca más.

LARRA: Espera, espera, habla despacio, más despacio, repite lo que acabas de decir.

DOLORES: He dicho que no nos veremos nunca más…

LARRA: No, creo que no oigo bien, o que no entiendo, porque si fuese verdad lo que por un momento me ha parecido oír…

DOLORES: Mariano, por favor, ¿no puedes aceptar la realidad?

LARRA: ¿La realidad?

DOLORES: La realidad de que lo nuestro se acabó.

LARRA: ¿Se acabó? ¿Qué es eso nuestro que se acabó? Habla más claro, amor.

DOLORES: Por favor, no lo pongas más difícil todavía. Ha sido todo tan duro desde el principio…los dos, casados; los disimulos, las mentiras, las murmuraciones, los sobresaltos, el escándalo…

LARRA: Te recuerdo, mi amor, que hace pocos meses no había sobresaltos, ni apenas mentiras, y nadie se preocupaba del escándalo. Sólo pensábamos en amarnos.

DOLORES: Hablas por ti, sólo por ti, porque no tienes idea de lo que yo he pasado. Mariano, yo no puedo seguir viviendo así.

LARRA: Así, ¿cómo?

DOLORES: Fingiendo, engañando, no pudiendo ser quien de verdad soy, siendo la comidilla de todos, y sin dignidad, sin ninguna dignidad, hasta el nombre me han quitado. Tú tienes un nombre. Yo no, yo sólo soy «la querida de Larra».

LARRA: Reconozco que es horrible, y además de pésimo gusto. ¿A quién se le ocurre ser «la querida de Larra» pudiendo ser «la señora de Cambronero»?

DOLORES: Esa amargura no te hace ningún bien. Tendrías que aceptar las cosas como son. Nos guste o no, soy la señora de Cambronero.

LARRA: Un título muy honorable, no lo niego. Pero yo no hablaba de títulos ni de honorabilidades; hablaba de sentimientos, y te preguntaba ¿me quieres? ¿me quieres todavía? No me has contestado.

DOLORES: Ya he dicho lo que tenía que decir. No me atormentes ni te atormentes más. Lo nuestro ha terminado, ¿lo entiendes? terminado.

LARRA: No, no lo entiendo. ¿Puede el sol terminar? ¿puede el cielo terminar? ¿puede la savia que alimenta a los árboles terminar? ¿puede la naturaleza entera, la vida entera terminar? No, no lo entiendo.

DOLORES: Pues lo siento, lo siento mucho. Mira, si he venido aquí ha sido porque anoche me dejaste muy preocupada. Me pareció que era mi deber tratar de que comprendieras la situación y de que la aceptaras. Por eso estoy aquí. Pero veo que ha sido inútil. Mariano, tú no estás bien.

LARRA: De ti depende, Dolores, sólo de ti depende que esté bien o que esté muy mal.

DOLORES: ¡No, no, de ninguna manera! No puedes cargar sobre mí ese peso. Yo no soy responsable de lo que pueda pasar por tu cabeza.

LARRA: ¿No? ¿No eres responsable? Todos somos responsables de nuestros actos, amor, y de nuestras palabras. ¿Cuántas veces has dicho que me amas? ¿En cuántas ocasiones me has jurado amor eterno? Y yo me lo creía, ¿sabes? soy tan ingenuo que me lo creía, y no veo por qué ahora he de dejar de creerlo. ¿Mentías entonces? ¿o mientes ahora? Me gustaría saberlo, amor, cuándo dices la verdad, cuándo dices la mentira.

DOLORES: Ni mentía entonces, ni miento ahora. Y si no entiendes esto, es inútil que me esfuerce. Quería despedirme de ti intentando borrar todo lo que hay en tu corazón de amargura, de odio, de rencor hacia mí. Pero no ha sido posible. Lo siento.

LARRA: ¿Te vas? ¿Me dejas…para siempre? ¿para siempre?

DOLORES: No debía haber venido.

LARRA: Oyeme una cosa. Si de ti dependiera que moviendo un dedo, un solo dedo de tu mano me salvase yo del abismo, ¿lo harías? ¿lo moverías?…No, no lo harías, de hecho, es ésta la situación…Sólo te pido una cosa, Dolores, que no te vayas a Filipinas, nada más, no te pediré nada más, te lo juro.

DOLORES: ¿Quién te ha dicho que me voy a Filipinas?

LARRA: Tus ojos me lo dicen, que huyen de los míos; tu voz, áspera y decidida, como de quien cumple un deber o transmite una orden; tu pose, afectada y distante, como de señora esposa del señor Secretario…

DOLORES: Sí, ¿y qué? Es mi vida, puedo disponer de ella como me plazca. Tengo ganas de vivir tranquila, no sé si lo puedes entender, sin miedos, sin sobresaltos, sin tapujos…ya he pasado bastante…

LARRA: Bien, ya lo entiendo, tú eres capaz de marchar y dejarme; eres capaz de renegar de tu amor y de vender tu cuerpo por un poco de tranquilidad y unas cuantas joyas exóticas…(alza la voz) ¡como las rameras, igual que las rameras!

DOLORES: (se levanta, indignada) No voy a permitir que me insultes.

LARRA: (también se levanta, cada vez habla más exaltado) Tú eres capaz de dejarme, pero ¿y yo? ¿Sabes de lo que yo soy capaz?

DOLORES: No, no lo sé. Pero sea lo que sea, no vale la pena.

LARRA (con violencia y alzando aún más la voz) ¿Sabes de lo que yo soy capaz?

Tras el cristal traslúcido de la puerta se ha visto durante toda la escena la sombra de Maria Manuela, que ahora golpea la puerta con los nudillos

VOZ DE M.MANUELA: ¿Qué pasa, Dolores? ¿Me necesitas? ¿Pido ayuda?

DOLORES: ¿De matarme? ¿De matarme, quieres decir? No me asustas, Mariano.

LARRA: De matarte, sí de matarte. Pero no te preocupes, no lo haré. No cometeré ese error. Ante el mundo tú serías la víctima, y sabes muy bien que no es el papel que te corresponde en esta historia. No te preocupes, si he de matar a alguien, no será a ti, puedes estar tranquila.

DOLORES: Me alegra saberlo.

LARRA: No me olvidarás fácilmente, Dolores. Siempre te acordarás de mí, te lo juro.

DOLORES: Supongo que no tendrás ningún inconveniente en devolverme las cartas.

LARRA: ¿Las cartas?

DOLORES: Sí, las cartas, todas las cartas que te he escrito, incluidos los billetes, todo.

LARRA: ¿Hasta eso me arrebatas? Sin tus cartas, sin tus palabras de amor escritas por tu propia mano, ¿cómo podré saber que todo esto no ha sido un sueño? ¿cómo podré convencerme de que no estoy loco?

DOLORES: No es asunto mío. Dámelas.

LARRA: ¿Y si no te las doy?

DOLORES: No me iré de aquí hasta que no me las devuelvas.

LARRA: Perfecto, quédate conmigo, para siempre.

DOLORES: Estás loco, Mariano, estás completamente loco. No he venido aquí para irme sin mis cartas.

LARRA: ¿Qué has dicho, Dolores? ¿qué es eso que acabas de decir? «No he venido aquí para irme sin mis cartas» ¡Qué estúpido! Ahora lo entiendo, ahora lo comprendo todo. Tú no has venido aquí porque me quieras, no, eso ya lo he entendido, y también he entendido que nunca me has amado. Pero tampoco has venido porque estuvieras preocupada por mí. No, ni siquiera por compasión, ni siquiera por ese pobre sentimiento que no negamos a los animales. ¡Has venido por tus cartas! ¡Pérfida, traidora! Ojalá ya estuviese muerto, ojalá me hubiese ahorrado esta cruel estocada final.

Larra va hacia el mueble-escritorio, abre un cajón y saca un paquetito de cartas atadas con una cinta. Las echa con rabia sobre el escritorio, en medio de las hojas escritas.

LARRA: Tómalas.

Dolores se acerca al escritorio, coge el paquete y mira las hojas escritas.

DOLORES: ¿Y esto?

LARRA: Son cartas a un amigo.

DOLORES: ¿Hablan de mí?… Dámelas.

LARRA: Tómalas

Dolores recoge las hojas escritas, las guarda con sus cartas y, sin mirar a Larra, va hacia la puerta, descorre el pestillo y sale.

LARRA (con voz estentórea) ¡Pedro, acompaña a las señoras!

Tras la cristalera se ve las siluetas de las mujeres, que esperan, y la de Pedro que aparece en seguida y enciende el candil. Los tres descienden las escaleras, Pedro el primero, con el candil…

En el despacho, Larra está de pie junto al mueble escritorio, con la cabeza apoyada en la pared. De pronto, da una patada contra el mueble, y otra y otra; luego se golpea la cabeza contra la pared, con fuerza, varias veces; coge el estuche amarillo de encima del mueble, lo abre, saca una pistola, apoya el cañón en la mejilla derecha y dispara…

En el momento en que Pedro abre el portal, se oye un fuerte ruido, confuso, por ir acompañado del que produce la caída como de vidrios…

M.MANUELA : ¡Jesús, qué ha sido eso!

PEDRO: EL señor, seguro, que a veces tiene un humor de perros, pero ustedes no se preocupen. Las acompaño hasta Santiago.

DOLORES: No, vuélvase usted, Pedro, puede necesitarle…

Las mujeres se van. Pedro sube las escaleras, entra en la casa y pasa ante la puerta del despacho sin mirar. Larra está tendido en el suelo; el velador, caído sobre su cuerpo, el servicio de café por el suelo; hay una ventana con el cristal roto. Adelita empuja la puerta, que ha quedado ajustada, entra y mira.

ADELITA: ¡Papá! ¡Papá!… ¡Papá está debajo de la mesa! ¡Papá está debajo de la mesa!

Adelita sale corriendo, mientras cae rápidamente el

TELÓN

(De  El corzo herido de muerte)

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Larra, la pólvora y la mecha II

Definitivamente establecido en la capital, empezó a escribir para el público, a traducir a autores franceses y a frecuentar las tertulias literarias. Publicó algunas poesías en el más rancio estilo neoclásico, A la Exposición de la Industria Española, por ejemplo, pero el pistoletazo de salida de su brillante carrera literaria lo dio con la fundación de “El Duende Satírico del Día”, publicación que él mismo escribía de arriba abajo y donde aparecieron artículos tan maduros como El Café, escrito a sus diecinueve años. Se publicaron cinco números. Fundó después “El Pobrecito Hablador”, del que salieron catorce números, algunos con artículos que se harían tan célebres como El castellano viejo, Vuelva usted mañana o Casarse pronto y mal. A partir de ahí, y pronto con el seudónimo de Fígaro, publicó en varios diarios y revistas (“La Revista Española”, “El Correo de las Damas”, “El Español”, “El Observador”), que se disputaban su firma. Hacia el final de su corta vida llegó a ser el periodista mejor pagado de España y sin duda el más leído.

De su producción literaria no periodística lo más relevante es sin duda el drama Macías y la novela El Doncel de Don Enrique el Doliente, ambos sobre el mismo personaje histórico, el trovador Macías, con el que sin duda el autor se sintió identificado en algún aspecto.

EL articulista Larra toma el costumbrismo que entonces estaba en boga y le cambia el alma. No se trata solo de describir los usos y costumbres de la sociedad, sino de ponerlos bajo el lente luminoso de la razón mediante el humor, la ironía y el sarcasmo. Un ejemplo perfecto de esa ironía lo tenemos cuando minimiza su tarea de crítico gracioso al afirmar “En sabiendo decir lo que pasa, cualquiera tiene gracias, cualquiera hará reír”.

Lo que Larra fustiga de la sociedad española es todo aquello que le impide ser como la francesa o la británica. Y sin embargo no es el mimetismo de la moda ni el desprecio sistemático de lo propio – cosas que ridiculiza en artículos como En este país – lo que le mueve, sino un acendrado patriotismo ilustrado, de un género que apenas ha existido en este país antes ni después de él.

Larra es un ilustrado, un progresista de la mejor especie. Pero no es solo eso.

Porque hay dos Larras, el positivo de la mayoría de sus artículos y el nihilista y destructivo de algunos de ellos (La Sociedad, Día de Difuntos, Nochebuena de 1836…); el clásico que propugna una sociedad racional y ordenada, basada en la libertad y en la cultura, y el romántico que vislumbra el caos y la nada por doquier, incluso al final de esa sociedad  racional y ordenada («libertad para recorrer ese camino que no conduce a ninguna parte«). Larra posee una personalidad descompensada, desequilibrada: poderoso en el análisis, raquítico en la síntesis. Ve los males como nadie, los estudia, los analiza, los reprueba; en todo este proceso camina sobre tierra firme. ¿Pero cuál es la alternativa de esos males, de esas carencias? Una España en paz, libre, próspera, europea… Sí, en lo social tiene una referencia, un modelo, algo que proponer y hacia donde tender. Pero ¿y en lo personal? Aquí está el gran déficit de Larra: su incapacidad para sintetizar un modelo personal, que sirva al individuo y no sólo a la sociedad.

El individuo Larra no se metió directamente en política hasta el penúltimo año de su vida. Lo hizo tarde y mal, es decir, quizá en el momento y de la manera menos oportunos. Tan mal, que consiguió que sus hasta entonces afines políticos lo considerasen un traidor, un moderado reaccionario, él precisamente, que se había expuesto con su pluma en los años más oscuros del absolutismo, mientras muchos de sus futuros detractores callaban como p…rudentes. Larra es un ejemplo entre tantos de cómo al intelectual de ningún modo le sienta bien la política activa.

Tampoco en lo personal e íntimo le fueron muy bien las cosas. A los veinte años se casó. Tan pronto y tan mal que cinco años después ya se había separado. Parece que tuvo algunos amoríos intrascendentes. Pero el amor de su vida surgió una tarde del año 1832 en la tertulia de casa del famoso abogado Cambronero. Era Dolores Armijo, la esposa del hijo del anfitrión. Las relaciones tuvieron sus altibajos, hasta que ella decidió romper. Larra no lo entendió; con su lógica casteliana, es decir, irreal, pensaba que el amor que se jura eterno ha de ser eterno; ella, no se sabe qué pensaba, pero sí que actuaba como cualquier ser vivo normal.

Larra era un hombre tan inteligente y lúcido como apasionado. “Juntar la inteligencia con la pasión es como juntar la pólvora con la mecha”, dice él mismo o el autor de la novela, ya no recuerdo. Y al final se produjo la explosión.

Fue la detonación de un disparo de pistola, a última hora de la tarde del 13 de febrero de 1837, lunes de carnaval, instantes después de que saliese de la casa Dolores, tras certificar la ruptura, huyendo con las cartas comprometedoras en busca de la anhelada comodidad conyugal.

Lo explica él mismo, avant la lettre, en palabras del personaje ficticio de uno de sus artículos. Éste cuenta que mantenía relaciones con una mujer casada hasta que “hubieron de llegar a oídos de su marido, que empezó a darla mala vida; entonces mi apasionada me dijo que empezaba el peligro y que debía concluirse el amor; su tranquilidad era lo primero. Es decir, que amaba más a su comodidad que a mí. Esa es la sociedad.

Podría escribir mucho sobre Larra. Pero creo que con esto basta para dar una idea de cómo entró en mi vida de lector, y a continuación en la de escritor. Lo que sí quiero es agradecer a la escritora aludida al principio la oportunidad que me dio de conocer y transformarme en tan fascinante personaje y, no obstante mis prejuicios iniciales, reconocer que ella no iba tan desencaminada en los suyos.

(De Los libros de mi vida)

 

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Larra, la sociedad y el amor

[DOLORES] – Le han prometido la Secretaría de la Capitanía General de Filipinas.

[LARRA] – ¡Qué dices, mi amor! Esa es una buena noticia. Cambronero a Filipinas, ahí es nada. ¿Por qué no me lo habías dicho antes?

-No creo que tenga tanta importancia; piensa que, aunque me quede, mi situación seguirá siendo la misma, seguiré siendo una mujer casada.

-¿Aunque te quedes? ¿Qué significan esas palabras? ¿Quieres decir que se te ha pasado por la cabeza acompañarle?

-Él me lo ha propuesto; me ha escrito que, si finalmente le dan la plaza y yo acepto acompañarle, lo olvidará todo y será como empezar de nuevo.

-¿Y tú qué le has dicho?

-Nada, no le he contestado.

-Pero, cuando le contestes, ¿qué le dirás?

-¿Tú qué crees, amor mío?

.

Eso, yo qué creo. Buena pregunta. ¿Qué se puede creer cuando juegan a la vez sentimientos, intereses, mujer, palabras? Y sin embargo, se cree; se cree porque hay que tener fe y esperanza y caridad y todas las virtudes teologales o cardinales o como sea que se llamen, si se quiere mantener en pie la vida, y me refiero a la vida verdadera, que la otra, la que mantienen la mayoría de los llamados seres humanos no es vida propiamente, sino un conjunto de funciones vegetales y animales que no necesitan más virtud para mantenerse que la de saber procurarse el bocado a tiempo.

Y durante aquellos meses creí…quizá demasiado y en demasiadas cosas. Creí en el amor, creí en la amistad, creí en la política, creí en los españoles, hasta en el matrimonio creí, ahí tienes mi doble artículo sobre el Antony de Dumas, donde por cierto, desde mi extraño papel de moralista estricto fallé la sentencia sobre mi propio caso: «cuando un hombre y una mujer se ponen en lucha con las leyes recibidas en la sociedad, perece el más débil, es decir, el hombre y la mujer, no la sociedad».

Pero aquella cantidad ingente de fe no alcanzaba a cubrir la acción política de Don Juan Álvarez Mendizábal, y es que la capacidad de la fe para obrar milagros tiene su límite, como todo en este mundo. Tampoco la Reina Gobernadora creía en su ministro, aunque por diferentes razones, de manera que aprovechó el enfrentamiento surgido entre el ministro y el Presidente del Estamento de Procuradores, Istúriz, para obtener la dimisión de aquél y poner a éste al frente del gobierno. Y hete aquí que el 22 de mayo Istúriz disuelve las Cortes y convoca elecciones, y hete aquí que el flamante ministro de Gobernación, Don Ángel Saavedra, Duque de Rivas, me convoca a mí y me propone que me presente a diputado en la lista del gobierno, y hete aquí que yo, que estoy rebosante de fe, de esperanza y casi de caridad, digo que sí y convoco a mi vez a Carrero y Ceruti, y hete aquí que Carrero y Ceruti convocan a Acilú, Balboa y otros diablos menores, a quienes yo vendo parte de mi alma creyente y esperanzada a cambio de que mi candidatura vaya libre y expedita…¿Te das cuenta, amigo Ventura, de la cantidad de fe que se requiere para todo eso? Pues bien, yo la tenía.

-¿Tú qué crees, amor mío?

Todo, lo creo todo, absolutamente todo. ¿Que no se puede ser tan ingenuo? Debes comprenderlo: yo estaba muy enamorado y quería vivir. A propósito, ¿se puede vivir sin estar enamorado? ¿Se puede amar sin tener fe? ¿Conoces tú las respuestas? Yo sí, y todas apuntan al mismo final. 

(De El corzo herido de muerte)

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Larra es presentado a Dolores

Sí, un miércoles de diciembre Alonso nos presentó y, después de presentarnos, nos abandonó a nuestro destino.

-¡Larra! Alonso me ha hablado mucho de usted. He de confesar que sentía curiosidad por conocerle.

-Muy amable por su parte, señora.

-¿Amable? ¿Por qué? ¿Porque siento curiosidad? ¿No sabe que la curiosidad femenina suele fijarse en cosas insignificantes?

-Nada que merezca la atención de esos ojos puede ser insignificante.

-Veo que, además de crítico, sabe usted ser adulador.

-Alabador, querrá decir. En la adulación entra siempre la mentira, en la alabanza no. Decimos “alabamos a Dios», pero no “adulamos a Dios”, “laudamus Deo”, pero no…

-No siga, por favor. Estoy segura de que sabe mucho latín. No hay más que ver las cosas que escribe.

-¿Conoce las cosas que escribo?

-Alonso no se olvida nunca de pasarme el último artículo o folleto.

-Alonso es un buen amigo.

-Y un buen maestro.

-Y usted una buena discípula. Ya estoy informado de que escribe versos admirables.

-Por favor, no se burle. Seguro que no ha leído ninguno. Si no, no hablaría así. Alonso es muy amable y muy paciente. Él me enseña los secretos de la composición, y yo voy aprendiendo a acomodar el fuego de la inspiración a las exigencias del metro y la rima.

-El fuego de la inspiración…Habla usted como los jóvenes poetas de hoy día.

-Y usted habla como si no fuera uno de ellos.

-No, no lo soy, no doy el tipo. Son otra clase de gente. ¿Conoce a Espronceda?

-Sí, me lo presentaron hace tiempo, pero no lo he vuelto a ver. Creo recordar que era un muchacho de ideas tan revueltas como sus cabellos.

-Buena definición.

-Y dígame, si puede saberse, ¿qué clase de gente es usted?

-Sólo soy un hombre

-Y yo una mujer.

-Ya lo había advertido. Sólo soy un hombre que sueña.

-Y yo una mujer que sueña. Y a veces, pienso que me gustaría ser un hombre para realizar algunos de mis sueños.

-Los sueños sólo son sueños.

-¿No pueden convertirse en realidad?

– Dejarían de ser sueños.

-Me parece usted muy melancólico, don Mariano.

-Nací triste.

-¿Y no ha habido nadie capaz de aliviarle esa tristeza?

-Alguna estrella fugaz, tal vez.

-A veces sueño con el sol. ¿No le parece muy raro? ¿Ha soñado alguna vez con el sol? Dígame, ¿cree posible que dos personas tengan el mismo sueño?

-¿Al mismo tiempo? Sí, si están despiertas.

-Dispense. Parece que Don Manuel me necesita. Va a empezar el recital. ¿Le veremos el próximo miércoles?

-Delo por seguro.

Recuerdo que las campanas de San Nicolás daban las diez cuando salíamos de casa de Cambronero; recuerdo que, sin hablarlo ni pensarlo, nos encaminamos todos hacia el Café del Príncipe; recuerdo que aquella noche Carnerero me regaló la caja amarilla. ¡Buena cosa la memoria!

(De El corzo herido de muerte)

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Larra y Dolores

LARRA: ¿Disculparte? ¿oportuno? ¿De qué estamos hablando, amor mío? Has venido, has venido y yo te quiero, ¿qué importa lo demás? ¿Me quieres tú?
DOLORES: He venido porque pienso que hay que acabar de una vez con esta situación.
LARRA: Eso mismo pienso yo.
DOLORES: Hay que dejar las cosas claras.
LARRA: Eso creo yo. Pero no me has contestado. ¿Me quieres, Dolores?
DOLORES: Mariano, escúchame bien, escúchame bien lo que voy a decirte: no nos veremos más, nunca más, ¿lo entiendes? nunca más.
LARRA: Espera, espera, habla despacio, más despacio, repite lo que acabas de decir.
DOLORES: He dicho que no nos veremos nunca más…
LARRA: No, creo que no oigo bien, o que no entiendo, porque si fuese verdad lo que por un momento me ha parecido oír…
DOLORES: Mariano, por favor, ¿no puedes aceptar la realidad?
LARRA: ¿La realidad?
DOLORES: La realidad de que lo nuestro se acabó.
LARRA: ¿Se acabó? ¿Qué es eso nuestro que se acabó? Habla más claro, amor.
DOLORES: Por favor, no lo pongas más difícil todavía. Ha sido todo tan duro desde el principio…los dos, casados; los disimulos, las mentiras, las murmuraciones, los sobresaltos, el escándalo…
LARRA: Te recuerdo, mi amor, que hace pocos meses no había sobresaltos, ni apenas mentiras, y nadie se preocupaba del escándalo. Sólo pensábamos en amarnos.
DOLORES: Hablas por ti, sólo por ti, porque no tienes idea de lo que yo he pasado. Mariano, yo no puedo seguir viviendo así.
LARRA: Así, ¿cómo?
DOLORES: Fingiendo, engañando, no pudiendo ser quien de verdad soy, siendo la comidilla de todos, y sin dignidad, sin ninguna dignidad, hasta el nombre me han quitado. Tú tienes un nombre. Yo no, yo sólo soy «la querida de Larra».
LARRA: Reconozco que es horrible, y además de pésimo gusto. ¿A quién se le ocurre ser «la querida de Larra» pudiendo ser «la señora de Cambronero»?
DOLORES: Esa amargura no te hace ningún bien. Tendrías que aceptar las cosas como son. Nos guste o no, soy la señora de Cambronero.
LARRA: Un título muy honorable, no lo niego. Pero yo no hablaba de títulos ni de honorabilidades; hablaba de sentimientos, y te preguntaba ¿me quieres? ¿me quieres todavía? No me has contestado.
DOLORES: Ya he dicho lo que tenía que decir. No me atormentes ni te atormentes más. Lo nuestro ha terminado, ¿lo entiendes? terminado.
LARRA: No, no lo entiendo. ¿Puede el sol terminar? ¿puede el cielo terminar? ¿puede la savia que alimenta a los árboles terminar? ¿puede la naturaleza entera, la vida entera terminar? No, no lo entiendo.
DOLORES: Pues lo siento, lo siento mucho. Mira, si he venido aquí ha sido porque anoche me dejaste muy preocupada. Me pareció que era mi deber tratar de que comprendieras la situación y de que la aceptaras. Por eso estoy aquí. Pero veo que ha sido inútil. Mariano, tú no estás bien.
LARRA: De ti depende, Dolores, sólo de ti depende que esté bien o que esté muy mal.
DOLORES: ¡No, no, de ninguna manera! No puedes cargar sobre mí ese peso. Yo no soy responsable de lo que pueda pasar por tu cabeza.
LARRA: ¿No? ¿No eres responsable? Todos somos responsables de nuestros actos, amor, y de nuestras palabras. ¿Cuántas veces has dicho que me amas? ¿En cuántas ocasiones me has jurado amor eterno? Y yo me lo creía, ¿sabes? soy tan ingenuo que me lo creía, y no veo por qué ahora he de dejar de creerlo. ¿Mentías entonces? ¿o mientes ahora? Me gustaría saberlo, amor, cuándo dices la verdad, cuándo dices la mentira.
DOLORES: Ni mentía entonces, ni miento ahora. Y si no entiendes esto, es inútil que me esfuerce. Quería despedirme de ti intentando borrar todo lo que hay en tu corazón de amargura, de odio, de rencor hacia mí. Pero no ha sido posible. Lo siento.
LARRA: ¿Te vas? ¿Me dejas…para siempre? ¿para siempre?
DOLORES: No debía haber venido. 
LARRA: Oyeme una cosa. Si de ti dependiera que moviendo un dedo, un solo dedo de tu mano me salvase yo del abismo, ¿lo harías? ¿lo moverías?…No, no lo harías, de hecho, es ésta la situación…Sólo te pido una cosa, Dolores, que no te vayas a Filipinas, nada más, no te pediré nada más, te lo juro.
DOLORES: ¿Quién te ha dicho que me voy a Filipinas?
LARRA: Tus ojos me lo dicen, que huyen de los míos; tu voz, áspera y decidida, como de quien cumple un deber o transmite una orden; tu pose, afectada y distante, como de señora esposa del señor Secretario…
DOLORES: Sí, ¿y qué? Es mi vida, puedo disponer de ella como me plazca. Tengo ganas de vivir tranquila, no sé si lo puedes entender, sin miedos, sin sobresaltos, sin tapujos…ya he pasado bastante…
LARRA: Bien, ya lo entiendo, tú eres capaz de marchar y dejarme; eres capaz de renegar de tu amor y de vender tu cuerpo por un poco de tranquilidad y unas cuantas joyas exóticas…(alza la voz) ¡como las rameras, igual que las rameras!
DOLORES: (se levanta, indignada) No voy a permitir que me insultes.
LARRA: (también se levanta, cada vez habla más exaltado) Tú eres capaz de dejarme, pero ¿y yo? ¿Sabes de lo que yo soy capaz?
DOLORES: No, no lo sé. Pero sea lo que sea, no vale la pena.
LARRA (con violencia y alzando aún más la voz) ¿Sabes de lo que yo soy capaz?
[…………..]
DOLORES: ¿De matarme? ¿De matarme, quieres decir? No me asustas, Mariano.
LARRA: De matarte, sí de matarte. Pero no te preocupes, no lo haré. No cometeré ese error. Ante el mundo tú serías la víctima, y sabes muy bien que no es el papel que te corresponde en esta historia. No te preocupes, si he de matar a alguien, no será a ti, puedes estar tranquila.
DOLORES: Me alegra saberlo.
LARRA: No me olvidarás fácilmente, Dolores. Siempre te acordarás de mí, te lo juro.
DOLORES: Supongo que no tendrás ningún inconveniente en devolverme las cartas.
LARRA: ¿Las cartas?
DOLORES: Sí, las cartas, todas las cartas que te he escrito, incluidos los billetes, todo.
LARRA: ¿Hasta eso me arrebatas? Sin tus cartas, sin tus palabras de amor escritas por tu propia mano, ¿cómo podré saber que todo esto no ha sido un sueño? ¿cómo podré convencerme de que no estoy loco?
DOLORES: No es asunto mío. Dámelas.
LARRA: ¿Y si no te las doy?
DOLORES: No me iré de aquí hasta que no me las devuelvas.
LARRA: Perfecto, quédate conmigo, para siempre.
DOLORES: Estás loco, Mariano, estás completamente loco. No he venido aquí para irme sin mis cartas.
LARRA: ¿Qué has dicho, Dolores? ¿qué es eso que acabas de decir? «No he venido aquí para irme sin mis cartas» ¡Qué estúpido! Ahora lo entiendo, ahora lo comprendo todo. Tú no has venido aquí porque me quieras, no, eso ya lo he entendido, y también he entendido que nunca me has amado. Pero tampoco has venido porque estuvieras preocupada por mí. No, ni siquiera por compasión, ni siquiera por ese pobre sentimiento que no negamos a los animales. ¡Has venido por tus cartas! ¡Pérfida, traidora! Ojalá ya estuviese muerto, ojalá me hubiese ahorrado esta cruel estocada final.

Larra va hacia el mueble-escritorio, ……..

………………………………………………………

(De El corzo herido de muerte)

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